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Gracias por la música

 

Gracias por la música

    por Maruja Torres
 
1    El viernes anterior, una amiga vino
 a casa con una extraña noticia:
 “Acabo de ver a una gente, cargando
 un piano, bajando al metro”. Me limité
5 a sonreír. O bien mi amiga deliraba -
 motivos no nos faltan en los últimos
 tiempos -, o bien deliraban los del
 piano, que también tendrían sus
 razones. Había olvidado por completo
10 el incidente cuando el siguiente lunes,
 hallándome ante el ordenador y lista
 para entrar en mis redes sociales,
 una bellísima melodía tocada en vivo atravesó los cristales de mi balcón. De
 inmediato pensé lo más lógico: la Signora empieza sus clases, o se dispone a
15 cantar. Llamo la Signora a nuestra más reciente adquisición como vecina del
 inmueble, una soprano retirada, de Italia, que se ha instalado entre nosotros
 para enriquecer el ambiente.
 
2    Cuando escuché una salva de aplausos hube de convenir en que no era
 nada lógico que la Signora ofreciera un concierto a las diez de la mañana, y con
20 el salón a rebosar de entusiastas. Entonces hice lo que la ingesta de un doble
 Clooney con leche hasta ese momento no me había propulsado a ejecutar: abrí
 el balcón y me asomé.
 
3    Ah amigos. A mis pies, en la placita que remata mi calle - Enric Granados,
 precisamente, se llama -, un precioso Yamaha relucía como un tiburón, y una
25 chica de melena larga recorría el teclado con sus manos enérgicas. Los
 viandantes, a una prudente distancia, la rodeaban. Simple como soy, pensé que
 la cuestión de los músicos callejeros está alcanzando cotas muy altas por culpa
 de la crisis. A continuación examiné el entorno y tuve que rectificar. Había unas
 cuantas sillas añadidas al mobiliario urbano fijo, y en ellas, personas a las que
30 no conocía del barrio: chicos y chicas jóvenes, y adultos; compartían todos ellos
 ese inconfundible aire de beatitud que distingue a los practicantes y a los
 amantes de la música. Mientras yo los observaba, mecida por las sonatas,
 romances y otras melodías con que iban festejándonos (los jóvenes pianistas se
 turnaban), asistí a la transformación de mi plaza en un ágora en donde la
35 palabra (los comentarios de los vecinos: “ésta es más buena que la de antes”, “a
 mí me gusta más la japonesa”, “qué suerte que nos haya tocado a nosotros este
 concierto”) y la música convivían sin esfuerzo. A pocos metros, los diez carriles
 de la Diagonal no dejaban de vomitar vehículos, con su mazacote de sonidos
 habituales. Pero abajo, entre los curiosos y melómanos¹, a los que me uní en
40 cuanto me vestí, el Yamaha y sus usuarios, y la música que ellos producían, nos
 protegían como una barrera de cristal. Bocinazos, restallidos de tubos de
 escape, sirenas, traqueteos … se hallaban al otro lado del gran ventanal.
 
4    Ya abajo, un amable caballero de la organización me informó de que me
 encontraba ante el desarrollo de una de las fases de la edición 58a del Concurso
45 Internacional de Música María Canals, que ya el año pasado decidió bajar a las
 calles, y que este año se ha visto más apoyado por entidades ciudadanas y
 privadas. La final se celebra en el Palacio de la Música Catalana el miércoles 21
 - está por llegar cuando escribo esto - , pero antes, durante diez días, esta gente
 se pasea con su piano por los lugares más emblemáticos de la ciudad, bajo el
50 lema Barcelona, capital mundial del piano (el María Canals trae cola).
 
5    En mi plaza, como es natural, tocaron mucho de Enric Granados. En otras
 calles, dedicadas a otros compositores - algunos, mucho menos conocidos por el
 gran público -, aprovecharon para divulgar sus obras. E hicieron algo más: en
 sus ratos libres dejaban que el piano lo tocase quien quisiera. Así fue como
55 Marta, mi adolescente vecina, que estudia música, venció al fin su timidez y
 atacó el teclado.
 
 El País Semanal, 25-3-2012
 
 noot 1 melómano = overdreven muziekliefhebber